jueves, 15 de marzo de 2018



UNIDADES DE TIEMPO (barografías)

En el origen mismo de la representación hay un gesto inherente al ser humano por fijar la naturaleza, dicho de otro modo, por contener en el tiempo todo aquello que nos rodea. Es un gesto antiguo y está en la base de nuestra identidad cultural.

A la luz de esta idea, la presente obra aborda el concepto de representación siguiendo los principios de la cámara oscura, al tiempo que plantea una revisión materialista del dispositivo más allá de su condición óptica. Para esto he realizado una serie de ensayos gráficos en distintos parajes naturales, en ellos la cámara oscura funciona como un espacio representativo abierto donde la obra se irá configurando a partir de una transposición parcial del paisaje a lo largo del tiempo.

La barografía puede definirse como una técnica que permite fijar la naturaleza tomando ésta como el espacio sobre cuyo plano -el suelo- las cosas se dan, sometidas a una fuerza gravitatoria. Para obtenerlas basta con abrir un hoyo y enterrar un recipiente vacío (cámara oscura), cuya boca quedará dispuesta como un diafragma abierto en el suelo. Durante el tiempo de exposición el dispositivo ira atrapando del paisaje -en tanto ente animado- aquellas cosas que caigan por su propio peso.

En este sentido las barografías forman parte de ese orden de obras que se mueven en un terreno funerario, creando una imagen que produce muerte al tiempo que intenta preservar lo vivo. Una suerte de urnas, cuyo vaciado final en cera dará lugar a unas piezas únicas y opacas que expanden inevitablemente el valor retiniano de la imagen, revelando otros valores perceptivos como el olfato; a partir del contenido, o el tacto; a través del formato.

Con todo esto las "Unidades de Tiempo" responden a un intento por poner en valor el sentido antropológico de la representación de la naturaleza, recuperando el paradigma vida/muerte comprendido en ella. De esta forma me permite explorar la relación imagen-contenido en su dimensión material frente al concepto actual de copia como segunda naturaleza y su culminación técnica en el paradigma virtual. 


miércoles, 17 de enero de 2018



Hoy Miércoles 17:

Ha sido un día largo con pocos elementos. El epicentro de todo: el esfuerzo de uno mismo por sacar adelante la jornada; ayer por la noche hubo cena en casa y trasegamos bastante.

A medio día y tras retocar en casa unas fotos para el trabajo, he comenzado por limpiar el set de pintura con el tempo afectado del que no desea estar ahí en ese momento. Bañada por la luz tenue que entra por las mañanas desde el ventanal, la nebulosa del "Banco estelar" se veía creíble. No era un caso temporal de asentamiento sino un modo. Habrá que ver.

Limpio el banco he dispuesto los aperos para seguir trabajando en la pieza "Conglomerados". Poco ha durado la partida, las manos torpes no acertaban el corte y el trajín entre unidades oscilaba de más. Después errar el encaje de dos piezas he preferido dejar este escenario.

Previsor en días como hoy he traído el laptop conmigo al taller, así que el tiempo previo a la comida lo he pasado en el despachito organizando datos sobre las obras que luego iré integrando en el dossier.

El tupper de albóndigas con setas ha sido un nexo idóneo para encarar la tarde. Acompañado de un té verde y bajo el abrigo de un flexo me he entregado en paz al libro de Fernando Castro. El desafío intelectual del texto ha derivado en una siesta poco profunda.

A media tarde he estado haciendo un esquema de la obra "Marina de Cope". La retícula de 123 casilleros con su correspondiente lista de objetos anotada a lápiz parecía infinita. Una vez terminado, el esquema guarda la sobriedad de un documento científico. El paso siguiente es digitalizarlo.

Antes de marcharme a casa he aprovechado para escribir estas lineas que ahora releo. Cenaré ceviche y me acostaré pronto. Mañana será un día distinto, allegro, ma non troppo.   

lunes, 15 de enero de 2018



Hoy Lunes 15:

Las cosas ya están puestas cuando uno entra, como cada día, en su engranaje y empieza sin más. Confundimos la mecánica con la inercia y olvidamos a menudo que el mismo viento que nos peina el bigote puede en ocasiones sacarnos fuera del marco. Esto ya lo sabía Homero cuando dibujó con ancha filigrana una historia de las más viejas: de poco vale nuestra diminuta angustia frente a este grumo insondable que es la vida. Cuando el viento arrecia, uno puede dejarse llevar y formar parte del relato o volver a la cama y dormir hasta mañana. 

Un día para ser narrado. He llegado temprano al taller, después de lanzar la campaña publicitaria de turno y hacer mi tabla de gimnasia. La Casa de Campo conservaba la última escarcha y al asomar la punta de la nariz helada el pintor me ha requerido para que le explicase unos rudimentos del InDesign. Hasta aquí todo engranaje.

Al retomar el "banco estelar" donde lo dejé, he caído en la cuenta de que no tenía suficiente pintura para terminar de fondear. Tras un intento en vano por ponerme a trabajar en otra pieza, he resuelto que lo mejor sería ir a buscar el bote en spray de azul prusia y dejar listo de una vez el cosmos, que tanto espacio ocupa por su condición volátil y su toxicidad. A partir de aquí, a merced del viento.

He subido al centro en el 500. Cuando he llegado a la tienda estaba cerrada. Sorpresa. He intentado probar en otra pero ya no existía. Horror. He sacado el móvil para buscar información en Intenet pero estaba sin batería. Risa tonta y primera sensación de no estar ya a los mandos de la nave.

Tras un razonamiento del tipo: como es lunes y estos grafiteros son unos impresentables, seguramente estén durmiendo la resaca y abran la tienda por la tarde, he parado a comer algo y ya de paso a cargar el teléfono. El bar de Wiki tampoco existe ya, en su lugar han puesto una barra donde solo sirven gyozas que por lo demás estaban sublimes. He deborado una docena, rellena de gambas y cebollino, mientras leía unas páginas "El Gatopardo". 

Antes de las cuatro, que es cuando "abrían la tienda de nuevo", el único azul prusia que habia a la vista era el del traje de Tancredi yendo a cortejar a la flamante Angélica. Después de apurar un café con leche acurrucado en el ventanuco de la cafetería he hecho un segundo intento de ir a por la pintura. Al llegar a la puerta estaba de nuevo cerrada. ¡Imposible! Ahora sí, sintiendo el poder indestructible de la tecnología en mi mano he consultado de nuevo los datos de la tienda en la red para darme de cuenta de que en mi delirio había confundido la Estrella con la Luna. Es cierto, mi añorada Ítaca estaba solo una calle más allá y lo había estado seguramente esta mañana cuando creyendo ir montado en mi engranaje no iba más que a merced de un viento cabrón.

A las cinco en punto he retomado mi jornada de trabajo en el taller. He terminado de fondear la pieza y he comenzado a esbozar la nebulosa. No es fácil encerrar un cuerpo etéreo en un paralelepípedo. Las esquinas se condensan muy rápido y los angulos de las patas interrumpen pronto la fluidez. Va a llevar más trabajo del que pensaba.

Poco más de dos horas después he puesto rumbo a casa. Al llegar Ainhoa me ha informado de que tenía la cara de color azul. ¿Prusia?, he preguntado. En las noticias han dicho que hoy era Blue Monday, el día más triste del año. No puedo estar más en desacuerdo.   




lunes, 8 de enero de 2018



Hoy Lunes 8:

Hoy he vuelto al taller tras la pausa navideña que pasé mayormente en Barcelona. Allí pude ver alguna exposición memorable y conocer un par de nuevas coctelerías. La taladradora me ha dado los buenos días desde el suelo, ha empezado el nuevo año allí donde la dejé; también un desastre de virutas de madera, cristales romos, algunas herramientas de corte y la decapadora que tanto amor/odio me despierta.

Esperar al del gas es siempre un misterio. En Barcelona vi que aún siguen golpeando la bombona con alguna pieza metálica, lo que es un alivio para las abuelas que van cortas de oído. En el taller sin embargo tengo que estar asomando la cabeza cada cinco minutos en esa franja de treinta que te concede el butanero. Le habré dicho diez veces que es la puerta grande de cristal sin letrero, que pique, que si le digo que hay que alguien es porque lo hay. Ni caso.

Ha habido suerte y a eso del medio día ya estaba trabajando calentito en el "Banco estelar". He terminado de decapar las lamas del asiento y ya solo queda una breve mano de lija más una final de cera. Antes de comer he pasado el cepillo y he llegado al mercado sonándome unos espesos mocos verdes. Siempre que pasa esto pienso en la muerte.

Durante el almuerzo mi socio ha pedido un café (venía comido de casa) y yo una piadina regada con cerveza artesanal. Hemos compartido el relato de las vacaciones. No he parado de hablar, tampoco he perdido tiempo para recomendarle "The Square" y la última de Yorgos. Cuando me he puesto ha contarle la expo que fui a ver a ADN Galería le he notado dispersarse, debía estar pensando en el maratón de sexo que ha vivido estos días o concentrado en la contractura que acababa de brotarle hacía una hora.

Mi relación con las siestas frías en el taller se está por fin dulcificando. Ya no intento justificarme, llegan sin más y las duermo con todo mi esfuerzo por no quedarme tieso. Son sin embargo profundas e infinitamente reponedoras. Hoy he despertado sereno. Mirando las esquinas del techo he sentido su discreta ontología.

Tras encolar la estructura del banco le he aplicado una capa de tapaporos blanco. Es posible que necesite una segunda capa y después me pondré a aplicarle el cosmos. He puesto un par de veces el disco de Lhasa de Sela y creo que podría ponerlo unas cien veces más. Antes de irme a casa he pasado a despedir al pintor, que ataviado con bufanda y gorro estaba aplicándose calor en el cuello con la manta eléctrica hundido en el falso chester. He bromeado con que está viejo y que mejor se haga un te y una paja antes de irse a la cama, en el orden que él quiera.



  

miércoles, 27 de diciembre de 2017



Hoy Miércoles 27:

Definitivamente el frío se ha instalado en el taller. Resulta imposible aclimatar un espacio diáfano al que solo voy unas horas al día, a pesar de las cortinas, los burletes, la ropa técnica, los calcetines gordos y la estufa catalítica, que además hoy ha decidido quedarse sin gas (culpa mía por alargar una reserva que sabía breve).

A pesar de esto he estado trabajando varias horas en el "Banco estelar", un mueble reciclado con motivos espaciales que llevo meses preparando para regalarle a León. Llegué a la idea viendo el trabajo que me estaba dando quitar la gruesa capa de pintura verde. Si hay algo que odio tanto como lijar, es decapar una pieza. Los músculos te arden al poco de comenzar y terminas haciendo burillas del color que estés quitando. Una vez "limpio" el asiento, blanquearé la estructura y haré con aerosoles un crisol de nebulosas y cuerpos rutilantes sobre un azul negro de profundo espacio.

La comida en el despachito ha sido breve: un trozo de empanada de lomo y una botella de Perrier. Como estaba sin ganas de salir a por café he estado ojeando Facebook en el móvil y luego intentando rematar el libro "Piedras" de Caillois. No ha habido manera, su éxtasis mineral por momentos excelso contiene zonas frías como la dura roca. En el afán por describir el mundo de una forma tan junta el lenguaje nos pierde y disipa la cosa. El mismo Caillois es muy consciente de que las piedras son de una naturaleza imposible de sintonizar de una forma sencilla con la nuestra.

Tras una siesta en la que he soñado con Roger Sterling bruñendo piezas de loza con mucho afán, he preferido antrincherarme con tabaco en el escritorio e indagar las pistas que necesito para la instalación sobre la foto de Guille (que por cierto me ha dado permiso para usar). Como si fuera Sophie Calle he estado destripando minuciosamente la intimidad de alguien. Posteriormente en casa he ido cerrando pesquisas con la ayuda de Google en torno a la fecha y el lugar desde el que fue tomada la foto y averiguando los atuendos reales que porta el personaje principal en la imagen. Ya tengo la historia armada, ahora solo necesito los objetos para montar la escena.

viernes, 22 de diciembre de 2017



Hoy Viernes 22:

Hoy he llevado una foto al taller que le compré hace un par de años a Guillermo Latorre en La Nevera. Ha estado en casa todo este tiempo, de rincón en rincón, sin enmarcarse. De los marcos que tengo en el taller recogidos de la calle hay uno que cuadraba por dimensiones. Es uno especial, con un pequeño estante bajo la hoja y un perchero de tres apliques bajo el estante. Es bastante malo, liviano y está mal pintado, sin embargo, me hizo gracia su aspecto de altar.

Hoy ha encontrado su imagen y algo más, le ha procurado un sentido distinto a ésta, hasta el punto de que foto y marco han compuesto en mi cabeza una tercera obra más cercana a la instalación. Tendrá algo de Broodthaers, aunque con cierto "hedor" a parafina; tendrá una foto de Guille (a modo de sampler) al que aún no he pedido permiso; será una fábula siniestra y una naturaleza muerta; de todo lo que pienso, veremos qué conservo cuando empiece a realizarla.

El resto de la mañana lo he hechado en reparaciones: atornillar un burlete y reparar la puerta del baño, que no cerraba, junto a mi socio el pintor. Esto último nos ha llevado al menos un par de horas. Rozando las cuatro hemos parado a comer en el taller. Dada la hora mi socio me ha servido un bol de lentejas y un Rioja; hemos charlado sobre Cataluña y las mujeres que nos gustan.

Trás un café en el mercado hemos vuelto al frío taller con pocas ganas declaradas de hacer gran labor. Le he contado al pintor mi teoría sobre las fases de trabajo estacional aplicadas a la producción artística, fusilada del documental "Sísifo Confuso. Trabajos y días de Francisco Leiro". En éste, vemos como el escultor gallego convierte su oficio en una máquina productiva armoniosa haciendo esto mismo, ordenando las etapas de su trabajo (oficio, repaso, estudio, viajes y cambio de taller) en función de las estaciones (modelo también aplicable a la economía de mercado si uno se para analizarlo).

Sobre esta certeza me he encerrado en el despachito y he estado leyendo unas páginas del libro "Mierda y Catátrofe. Síndromes culturales del arte contemporáneo" de Fernando Castro. Llevo muchos meses con él, recogiendo mis pedazos cada dos o tres párrafos. Acudir a las notas que hay al final del libro, derivar por cualquier idea, supone multiplicar las ramas de este bosque atroz. Es un hijo de puta y también una mina bibliogáfica; hoy me ha descubierto el libro "Kairós. Apología del tiempo oprtuno" de G. Marramao y al bueno de Uvedale Price y su concepto de lo pintoresco.

He rematado la tarde reconciliándome con Cirlot a partir del texto introductorio del "Diccionario de símbolos". Compré este tocho hace un par de navidades y hasta el momento había pleneado por alguna de sus entradas como un hoja que va a merced del viento y nunca llega a posarse. La simbología me suscita no pocas reservas, está de hecho en el polo opuesto a mi trabajo actual, sin embargo, hoy leyendo el análisis liminar he entendido que puedo apreciar esta ciencia antigua desde la mera diferencia. 

miércoles, 20 de diciembre de 2017



Hoy Miércoles 20:

Hoy he llegado tarde al taller. De camino he ido rumiando versos para un encargo que me hizo mi amigo Rafa. Se ha propuesto escribir una zarzuela (o eso creo) sobre los barrios de Madrid y a mí me ha asignado el distrito de Tetuán. Presentó el proyecto a una subvención y se la han concedido, ahora solo tiene 6 meses para darle forma, así que todos a lavar ripios.

Sentado ya en el despachito he tenido impulso suficiente para esbozar dos estrofas y un estribillo. A la manera de siempre, lineas torcidas sobre un folio doblado en dos. Comienza así: "Maraña de callejas belicosas / urdida bajo moles financieras".

Después, dos horas de tajo físico cortando baldas para la gran librería que estoy montando en el salón de casa. Mi pelea con la línea recta no tiene fin cuando uso la caladora. He aprendido con el tiempo que además del corte existe el repaso, aún así recurro a menudo a ciertas cábalas que conectan el uso de herramientas con el estado de ánimo. Obviamente la respiración también juega un papel importante.

La comida en el mercado ha sido ligera, menú vegano en la Vegicana: nopales, tacos pastor y un café solo. De vuelta al taller he sentido el cuerpo frío y he optado por echar una siesta, de esas con abrigo, junto al brasero en el despachito. A mi vuelta nada era distinto, hay días que el frío en el taller espesa la sangre y no hay dios que trabaje si no es poniéndome burro.

En su lugar he estado escuchando algunas notas de voz grabadas esta semana en el móvil. En la última recojo, con voz entrecortada, el enésimo comienzo de un texto para la obra "Culo de bolsa". Dice algo así: "El mito moderno de la velocidad, unido al gesto acumulativo, ha dado lugar al vaciamiento de la cosa. Nos rodeamos constantemente por un ejército de espectros de interfaz dulcificada... El trabajo a partir del vaciado de objetos de uso cotidiano entronca directamente... con el concepto de anticosa, esa entidad (nueva) que se presta a unas nuevas leyes y a un nuevo relato... De la albura que aporta la escayola... En la albura que aporta la escayola... uno puede contar... otra historia."